El actor y director de teatro Héctor Manrique se ha sumergido en los últimos textos, cartas y proclamas del Libertador Simón Bolívar para entregar en sus propias palabras al hombre que, casi al final de su vida, analiza su pasado, sus angustias y preocupaciones, en reflexiones válidas para la Venezuela de hoy.
Mi último delirio es la obra con la que el Grupo Actoral 80, que dirige Manrique, celebra sus 39 años desde este 2 de septiembre en el Teatro Trasnocho, en un montaje que contó con asesoría de la historiadora Inés Quintero y música compuesta por Aquiles Báez. La dirección es de Pedro Borgo.
“Dramaturgia vivencial”, denomina Manrique a esta técnica teatral con la que en 2018 abordó al psiquiatra Edmundo Chirinos, protagonista de uno de los casos criminales más sonados en el país, partiendo de las declaraciones que le diera a la periodista Ibéyise Pacheco para su libro Sangre en el diván.
“La llamé así porque todo lo que se dijo en escena fue dicho por Chirinos cuando era no personaje, sino persona. En Mi último delirio, si bien no todo fue dicho por el Libertador, sí fue escrito por él. Todas estas palabras surgieron de ese cerebro y de una necesidad que tuvo en un momento determinado esta persona que ahora se ha convertido en un personaje”, dice Manrique.
“En el primer caso -explica-, lo que hacía como actor en el escenario era para que el público pensara que yo era inocente; es decir, engañaba al espectador, que creo que era lo que intentó Chirinos cuando concedió la entrevista a Ibéyise Pacheco: utilizarla para convencer a los demás de su inocencia. Su objetivo era muy claro en ese sentido”, señala sobre el exitoso monólogo que llevó a escena en toda Venezuela; a las capitales de México, España y Chile, y a Miami en Estados Unidos.
Pero si Chirinos era un personaje de alguna manera cercano en el tiempo y hasta en la vida familiar del propio Manrique, la figura del Libertador implica un salto histórico para remontarse al hombre cuyos sueños, ambiciones y frustraciones laten más allá de la imagen del prócer, recreada y reinterpretada a lo largo de dos centurias por el culto que de su figura se ha hecho.
“Mi motivación como actor en este caso es clara: ‘este soy yo’. Esa pregunta primaria de todos los seres, el quiénes somos nosotros, que en su caso llegó a tener tanta importancia, y sigue teniéndola en el subconsciente, en el inconsciente, en el imaginario colectivo de muchos países de América Latina, fue el objetivo desde que arranqué con los ensayos: mostrar ese quién soy yo a partir de sus propias palabras”.
“El culto a Bolívar no es otra cosa que el uso y la manipulación que se hace del personaje para sacar beneficios particulares. Pero lo que me parece más preocupante es que nos aleja de quién fue esa persona en realidad, y al mismo tiempo de nosotros mismos”, agrega el director.
“El Libertador –prosigue- tiene conciencia absoluta de eso. Lo dejó escrito, cuando dice: “Muchos van a utilizar mi nombre para justificar sus disparates”. Y esta necesidad es algo que pasa a los mediocres, a los que no han hecho nada. En el caso de la figura del Libertador, se ve muy claro en la relación de Chávez y Fidel, que necesitaba tener un mito alrededor de él, porque si no habría fracasado”.
-¿Entregará, como García Márquez, “un Bolívar de carne y hueso”?
-En este caso, de carne y hueso lo va a tener el espectador, por lo menos el personaje que tendrá frente a sus ojos, cuando vea el espectáculo. Lo que sí me gustaría que viera es que ahí hay un ser humano, no un mito. Un ser humano con sus angustias, con sus pequeñeces, con su soberbia, con su ego, con su bondad, con sus preocupaciones, con su salud quebrantada, y con su enorme potencia física también.
-¿Por qué la figura de Bolívar en estos momentos?
-Creo que puede ser profundamente estimulante para el público descubrir la conexión que podemos tener con el alma de este hombre cuando escribía eso, y lo que nos está pasando a nosotros. Me parece que muchas de las referencias que hacía Bolívar hace 200 años, uno podría planteárselas de la misma manera en este momento sin ningún problema. A mí me perturbó mucho cuando él, en un momento determinado, en una de sus cartas dice: “He mandado durante 20 años y tengo pocas cosas ciertas”, “El que sirve una revolución ara en el mar”, o “La única cosa que se puede hacer en América es emigrar”.
-Como han hecho millones de venezolanos hoy.
-Sí, la cantidad de talentos extraordinarios que lamentablemente se han ido es algo que nos ha golpeado muchísimo. A mí siempre me produce mucha frustración, porque muchos han sido compañeros en el escenario, en la televisión, alumnos míos, personas que yo sé que tienen un talento extraordinario y están regadas por el mundo haciendo cualquier otra cosa para vivir. Aunque también me llena de orgullo los que he visto actuando afuera, o los textos suyos que he leído.
En cuanto a la situación actual del teatro en Venezuela, el panorama según Manrique es complejo. “Pocas salas, ausencia de apoyo Estatal en un país que entre los 80 y el 2000 tuvo más de 600 grupos teatrales, contrastan sin embargo con el entusiasmo de gente joven que sigue inventando y presentando proyectos”.
Seriamente afectado por la pandemia, sin embargo, “el teatro sigue estando allí, como esa especie de luz, diciéndonos ‘esto somos nosotros, nos nos olvidemos de nosotros mismos’. Creo que mientras el ser humano esté en esta tierra, va a existir el teatro, como ese espacio de encuentro del hombre consigo mismo”.
Mi último delirio se presenta en el Teatro Trasnocho, viernes y sábados, a las 7:00 pm, y domingos, a las 6:30 pm.